EL PUNTO DE CONTROL
El estar sometido a
situaciones incontrolables y castastróficas,
como por ejemplo un terremoto, una inundación o una guerra, no son la única
causa de una baja autoeficacia. A veces, el no intentar modificar los eventos nocivos y desagradables se
debe a creencias culturalmente aprendidas.
Las
personas pueden ser divididas en internas o externas, de acuerdo con el lugar donde ubiquen
el control de su conducta. Las personas internas colocan el control dentro de
ellas mismas. Dirán que ellas guían su conducta y que son las principales
responsables de lo que les ocurra. Asumen el destino, no como algo
dado desde fuera, sino como algo que deben construir por propio esfuerzo. No
suelen echarle la culpa a otros de lo que acontezca con su vida. Desde este
punto de vista, son realistas, perseverantes y no tienden a darse por vencidos
fácilmente. Son personas seguras, aunque sin
son demasiado “internas” pueden generar un estilo de superhéroes y no medir las
consecuencias.
Por su parte, las
personas externas creen
que sobre su conducta operan una cantidad de eventos y causas que escapan de su
control. Piensan que su comportamiento está gobernado por factores externos a
ellas mismas, frente a los cuales no pueden hacer nada. Por ejemplo, la suerte,
los astros, los ovnis, el destino, etc. Suelen ser personas fatalistas y
resignadas ante la adversidad. Su pensamiento es inmovilizador:
“Nada puede hacerse, así lo quiere el destino” o “Para qué intentarlo”. Si esta
creencia de punto de control externo es generalizada, verán los intentos de
modificar el ambiente negativo como infructuosos, o como una pérdida de tiempo
inútil que a nada conducirá. La mayoría de las veces, actuar con un punto de
control externo desemboca en una baja autoeficacia.
La
posición que asuma cada uno frente al punto de control está regulada por los
aprendizajes sociales, los modelos y el sistema de valores de los grupos
familiares y culturales.